Poema a la Paz

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SED DE PAZ   (VV-003)

Mi madre me dijo siempre:
¡Hijo, tu eres afortunado,
naciste en ella, en su alba lumbre,
en su aire fresco y calmado.
Corriste es sus veredas,
en tu caballo de palo,
jardeando a las libélulas,
verdes, amarillas y plateadas
que en su sendero volaban.
Allí en aquella Villa Hermosa,
cuando el sol se asomaba,
en una Quinta espaciosa,
de sus calles engalanadas,
naciste, entre jardines de rosas.
Mas, ahora, de soñador andante,
ni en el centro, ni en el norte,
el sur, el oeste o en el oriente,
hallo mi terruño fugaz,
del que mi madre me hablaba,
como la cuna de La Paz.

Por allí, entre harapos, en la calle,
le pregunté a un anciano,
demacrado por los años:
¡Viejo, tu que tanto sabes, dime!
¿Dónde, a la que llaman Paz,
antes que sea tarde, podré encontrar?
El viejo, lentamente, levantó su cara,
clavó su mirada en mis ojos
y me dictó con actitud sincera:
ella, ahora, está frente a ti,
no más cierra bien tus ojos
y al instante la podrás admirar:
en mis arrugas, en mis canas,
en mi enclenque caminar
o en mi voz demacrada.
Ella fue mi amiga y mi amante,
juntos fuimos al altar, al desierto,
a la nieve, a la selva, al mar.
Luego, el viejo, levantó su mirada
y me susurró: mi bella Paz,
está en el Cielo. con Dios.

En el parque le pregunté a un niño:
¡Oye Chico! ¿Tú has visto La Paz?
Si señor, tajante me respondió.
Ella es toda blanca y muy alegre.
Si usted gusta se la puedo enseñar,
me dijo, con mucha espontaneidad,
a tiempo que me invitaba
hacia el centro del parque.
Mas, allí, después de un largo tiempo,
luego de reparar y reparar,
entre bandadas de palomas,
el niño, sin más, echó a llorar,
pues ninguna de aquellas aves,
según dijo, era totalmente blanca,
como la paloma de La Paz,
que en su querida escuela
le había enseñado su maestra.
Sollozando murmuró: ya no está;
algún cazador la debió matar.

Igual, pregunté a un General:
¿Dónde, dígame, está La Paz?
Con voz de mando y aire de victoria,
señaló hacia su tropa y recio expresó:
ellos son La Paz y también la gloria.
Pero todos levantaron sus manos
y las tenían manchadas
de tanta sangre humana.

Un poeta que atento escuchó,
intervino y así se expresó:
Señores, mi infalible musa
me ha enseñado siempre:
La Paz que el hombre acusa,
sólo exige fina contemplación,
de la verde campiña, el dorado arrebol,
la luna señorial, entre otras fortunas.
Os aseguro, de ese modo
 La Paz, vibra en mi pluma.

Ya desilusionado, grité con fuerzas,
al viento, a la roca, al universo,
a la madre naturaleza,
 pidiendo que de Paz me hablara.
Y al instante, me contestó el eco:
La Paz, insensato, necio, demente,
siempre mora dentro de ti mismo:
Es, simplemente, una condición;
sincera y humana por demás
y vibra en tu corazón.
                    UVC: Oct. 12/2004


Unknown

Autor, Economista, Catedrático, Asesor Académico e Historiografo

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