49 PRESIDENTE
 POR UNA HORA
Hace varias décadas, una muy importante empresa local ligada a la industria de abonos, entró en conflicto con su sindicato. Como siempre, discrepaban en los puntos fundamentales de la Convención Colectiva y dada la gran cantidad de mano de obra que ocupaba la empresa en mención se presentó mucha agitación social en la localidad.   Por aquel entonces gobernaba el país G. L. Valencia, quien informado de la gran beligerancia sindical local y temiendo mayor agudización del conflicto, concedió una audiencia especial al sindicato para tratar el problema.
El sindicato designó para la comisión a tres de sus mejores sindicalistas y encargó de presidirla a su más renombrado y experimentado dirigente del momento: Hilarión Porras. Los tres llegaron al despacho presidencial el día previsto, en la puerta les informaron que siguieran al despacho, se sentaran y esperaran un momento mientras el presidente llegaba. Sin saber, Hilarión se sentó en la silla reservada al presidente, tal que cuando éste entró, el secretario privado que lo acompañaba quiso desocupar la silla advirtiendo al dirigente sobre la exclusividad del mueble y haciéndole traer otra silla, pero el presidente no lo permitió, sino que se sentó en la silla que trajeron y después de saludar y escuchar a la comisión se dirigió a Porras y le dijo:
“Para ser más práctico, aprovechando que usted ocupa mi silla, a partir de este momento lo nombro presidente, exclusivamente para que formule una solución al problema de su empresa y su sindicato. Tan pronto la tenga debe dictársela aquí al secretario y yo se la firmaré enseguida. Eso sí, le ruego que se apure, pues lo esperaré un momento, ya que tengo otros compromisos pendientes por atender.”
Cuenta el pajarito testigo de la casi mágica designación, que un profundo silencio empezó en el recinto. Y en ese ambiente Hilarión buscaba y rebuscaba en sus papeles; lo mismo en su mente, donde casi se le veían girar las neuronas buscando en ella alguna bendita idea o solución, sus compañeros también hacían lo mismo.
Media hora después (que pareció como un siglo), una voz retumbó en el recinto preguntando:
Estimado dirigente y presidente “hadoc,” ¿Ya tiene usted la solución del problema?
Otra voz casi inaudible respondió: Nnnoo señor.
La primera voz  volvió a escucharse diciendo:
Le concedo treinta minutos más.  
Otra media hora después (que ahora pareció la eternidad), la primera voz volvió a preguntar:
¿Ahora si tiene ya la solución?
La segunda voz débil volvió a responder: Nnnooo seee...ñoor.

El doctor G. L. Valencia entonces se puso de pie, se dirigió a Hilarión y le dijo: En este momento lo destituyo del cargo de presidente y como observo que ni siquiera tienen una solución a su propio problema, les aconsejo regresar a  su base, formular una y luego traten de discutirla con el ministro respectivo.

Cuenta el lorito testigo que seguidamente, el presidente se despidió de los comisionados y en son de broma les sugirió no creer mucho en el  dicho popular que dice: “crea fama y échate en la cama.”

Tomado del Libro: TRADICIÓN ORAL DE BARRANCABERMEJA
Autor: URIEL VILLALOBOS CADENA



29 LA RAYA DECISIVA
De la infinita gama de curiosidades ocurridas en 1951, a raíz de la Reversión, en la que la Troco le entregó a Ecopetrol la explotación petrolera, se rescató ésta verdadera joya, referida a la raya que con una rama de matarratón un dirigente sindical trazó en el piso para determinar cual línea ideológica tenía más apoyo entre los presentes. El caso ocurrió en una concurrida asamblea de trabajadores petroleros en la que debía conformarse el nuevo Sindicato que tendría la representación legal de los trabajadores ante la recién creada Ecopetrol, pues, legalmente, al desaparecer la Troco, automáticamente el viejo Sindicato también desaparecía. El arduo proselitismo y la agitación habían dividido a los trabajadores en lo que se llamó la línea conservadora, impulsada y formada ideológicamente por el clero, cuya preparación se impartía en el Seminario por el P. Grillo, habiendo formado a SITRAECOPETROL y la línea socialista, asesorada por D. Montaña Cuellar y que buscaba reivindicar a  la  USO.

Aquel día, ante tan fuerte antagonismo, expresado en arengas de parte y parte, el caos cundió en la asamblea, obstruyendo cualquier posibilidad de votación, razón por la cual el audaz dirigente pidió un momento de atención y ante la mirada expectante de la concurrencia trazó aquella histórica raya en el piso, pidiendo luego a los presentes que quienes estuvieran a favor de la USO, se hicieran al lado izquierdo de la raya y los opositores se hicieran al lado derecho.

Cuentan que el curioso método funcionó a favor de la USO aglomerando a la multitud presente. Ante el hecho empezaron los empujones de los agitadores de una y otra ideología a hacer pasar asistentes de un lado hacia el otro, presagiando complicar nuevamente la situación. Mas, en ese momento sonó el pito de prevención, el personal tenía que coger turno, la asamblea se terminó, reivindicando la USO la mayoría y superando el crucial asunto.

Lo que siguió, quedó registrado en los archivos, dejó de ser curiosidad y, por tanto, perdió interés para el presente relato. Pero: ¿dónde había tantos detalles inéditos del caso de la raya aludida, es decir, detalles que no se escribieron en actas? se informa que en el entorno todavía en los años 2000 pululaban muchos adalides de aquella efervescente asamblea. Claro, ya caminando en forma lenta y no tan veloces como aquel día que cruzaron la susodicha raya varias veces en un santiamén. Se puede mencionar apellidos como: Villarreal, Castro Iriarte, López Ortiz, entre otros.
Comentario: Una mera raya puede ser más eficaz que mil discursos.

Tomado del Libro: TRADICIÓN ORAL DE BARRANCABERMEJA
Autor: URIEL VILLALOBOS CADENA


SED DE PAZ   (VV-003)

Mi madre me dijo siempre:
¡Hijo, tu eres afortunado,
naciste en ella, en su alba lumbre,
en su aire fresco y calmado.
Corriste es sus veredas,
en tu caballo de palo,
jardeando a las libélulas,
verdes, amarillas y plateadas
que en su sendero volaban.
Allí en aquella Villa Hermosa,
cuando el sol se asomaba,
en una Quinta espaciosa,
de sus calles engalanadas,
naciste, entre jardines de rosas.
Mas, ahora, de soñador andante,
ni en el centro, ni en el norte,
el sur, el oeste o en el oriente,
hallo mi terruño fugaz,
del que mi madre me hablaba,
como la cuna de La Paz.

Por allí, entre harapos, en la calle,
le pregunté a un anciano,
demacrado por los años:
¡Viejo, tu que tanto sabes, dime!
¿Dónde, a la que llaman Paz,
antes que sea tarde, podré encontrar?
El viejo, lentamente, levantó su cara,
clavó su mirada en mis ojos
y me dictó con actitud sincera:
ella, ahora, está frente a ti,
no más cierra bien tus ojos
y al instante la podrás admirar:
en mis arrugas, en mis canas,
en mi enclenque caminar
o en mi voz demacrada.
Ella fue mi amiga y mi amante,
juntos fuimos al altar, al desierto,
a la nieve, a la selva, al mar.
Luego, el viejo, levantó su mirada
y me susurró: mi bella Paz,
está en el Cielo. con Dios.

En el parque le pregunté a un niño:
¡Oye Chico! ¿Tú has visto La Paz?
Si señor, tajante me respondió.
Ella es toda blanca y muy alegre.
Si usted gusta se la puedo enseñar,
me dijo, con mucha espontaneidad,
a tiempo que me invitaba
hacia el centro del parque.
Mas, allí, después de un largo tiempo,
luego de reparar y reparar,
entre bandadas de palomas,
el niño, sin más, echó a llorar,
pues ninguna de aquellas aves,
según dijo, era totalmente blanca,
como la paloma de La Paz,
que en su querida escuela
le había enseñado su maestra.
Sollozando murmuró: ya no está;
algún cazador la debió matar.

Igual, pregunté a un General:
¿Dónde, dígame, está La Paz?
Con voz de mando y aire de victoria,
señaló hacia su tropa y recio expresó:
ellos son La Paz y también la gloria.
Pero todos levantaron sus manos
y las tenían manchadas
de tanta sangre humana.

Un poeta que atento escuchó,
intervino y así se expresó:
Señores, mi infalible musa
me ha enseñado siempre:
La Paz que el hombre acusa,
sólo exige fina contemplación,
de la verde campiña, el dorado arrebol,
la luna señorial, entre otras fortunas.
Os aseguro, de ese modo
 La Paz, vibra en mi pluma.

Ya desilusionado, grité con fuerzas,
al viento, a la roca, al universo,
a la madre naturaleza,
 pidiendo que de Paz me hablara.
Y al instante, me contestó el eco:
La Paz, insensato, necio, demente,
siempre mora dentro de ti mismo:
Es, simplemente, una condición;
sincera y humana por demás
y vibra en tu corazón.
                    UVC: Oct. 12/2004

SERVICIO DE ALUMBRADO:

F  La Luminaria de Petróleo: El primer alumbrado que tuvo Guaimaral fue la lámpara de petróleo. Era de hoja-lata soldada con estaño y mecha de trapo. En cada vivienda debía tenerse al menos dos: una para alumbrar dentro y otra para iluminar la calle, donde era obligatorio colocarla todas las noches, pues de lo contrario se incurría en sanción por parte del inspector. En las casas de personas acomodadas disponían de lámparas de caperuza con gasolina blanca a presión. Su luz blanca maravillaba a los pequeños acostumbrados a ver la oscuridad o la roja luminaria de petróleo. La linterna de baterías también ayudaba a disipar la oscuridad a aquellos que podían tenerla y comprar las costosas pilas. Cuando eso sólo existía la marca EVEREADY y el par podía costar la paga de un día de trabajo.

F  Primer Intento de Luz Eléctrica: Se dio a principios de los años sesenta. Eso fue cuando don Virgilio Muñoz Rangel, retornó desde Barrancabermeja con bastante dinero, que había ganado en la petrolera, con el cual montó un vistoso bar en la otrora casa de don Ladislao Muños. Lógico, para hacer funcionar los equipos del bar instaló una poderosa planta Lister con ACPM y ofreció luz a las viviendas. En poco tiempo los obreros colocaron la postería en las calles; enseguida los técnicos tendieron el cableado y el sistema empezó a funcionar. Lamentablemente, los usuarios no pudieron seguir pagando la tarifa privadas del servicio. Pronto acumularon grandes deudas y el sistema se vino a pique, incluyendo el lujoso bar, cuyas ventas llegaron hasta cero. Su propietario debió rematar todo y el pueblo retornó a la lámpara de petróleo.

F  Segundo Intento: En esa misma época, don Catalino Ramos Gutiérrez también compró una planta para su servicio, e hizo lo mismo; pero esta vez sólo atendió a aquellas personas que tuvieran evidente capacidad de pago y de ese modo sostuvo servicio de luz a algunos por bastante tiempo, pero con acometida y horario limitado. Total, la mayoría seguía alumbrándose con la lámpara de petróleo.

F  La Luz Eléctrica Pública: Así siguió todo hasta que a principio de la última década del siglo XX, los programas de ampliación de cobertura, del sistema interconectado nacional tendieron redes y se hizo la luz en Guaimaral. La mayoría se conectó al sistema y por fin la lámpara de petróleo pasó a la historia. El servicio es permanente, pero por su baja potencia y sus continuos y largos apagones genera bastante inconformismo y desconfianza.

Tomado del Libro: GÉNESIS DE GUAIMARAL
Unidad  IV: ORNATO Y SERVICIOS.
Autor: URIEL VILLALOBOS CADENA.


ANÉCDOTAS DE GUAIMARAL:
La historia de Guaimaral guarda diversos hechos, algunos memorables y otros un tanto desafortunados. Entre los más destacados están:

F La Visita del Pollo Vallenato: Ocurrió en 1958, cuando don Tránsito Ramos Gutiérrez trajo a su hacienda Campo Alegre, al más connotado interprete y compositor vallenato del momento: Luis Enrique Martínez (el pollo vallenato). Aunque la visita era privada, el anfitrión tuvo que dar acceso a la gran multitud que se aglomeró en su hacienda, deseosos de ver al pollo, quien gustoso, ante la aclamación, interpretó el éxito del momento: mi negra y otras de sus composiciones. El día que su Jeep arrancó del pueblo, un gran número de personas corrían detrás dando ayos y llorando porque se iba el pollo.

F El Primer Carro que entró al Pueblo: Debió ser 1951 o 52, pues el hecho se atribuyó al gobierno de Laureano Gómez. El susto empezó a eso de las once del día, cuando un ruido extraño empezó a percibirse cada vez más fuerte. Al rato un enorme animalejo color de sapo, con dos grandes ojos espabilando, apareció arrastrándose en forma parsimoniosa por el camino real, resoplando, gritando como pichón de ponche y echando humo, dando señas de tener candela por dentro. Las cadenas de sus cuatro patas redondas lanzaban barro a medida que giraban y el animalejo se desplazaba. Toda la gente del pueblo salió a verlo, pero desde dentro de los trascorrales, pues tenía miedo. Don Juan Ribón, su dueño, quien lo manejaba, saludaba a las personas conocidas que veía en su recorrido, desde la entrada hasta la casa de don Ladislao Muñoz, donde paró y se bajó muy sonriente.
Allí se aglomeró el pueblo entero y recelosos observaban desde lejos. Entonces, don Ladislao habló al gentío, diciendo que no se preocuparan, que se acercaran sin miedo, que mejor aplaudieran porque el progreso acababa de tocar a Guaimaral por vía terrestre. Que en adelante se podría dejar de maltratar a los burros o a los bogas y usar el carro para llevar la carga y las personas, todo muy rápido. Sólo había que avisarle a don Juan Ribón, quien entraría en su camión desde Guamal.
A propósito, se trataba de El Único, un camioncito Ford modelo 46, el primero y único que hubo en Guamal por mucho tiempo, de ahí su nombre. 

F  La Bola de Candela: Ocurrió en 1955, a eso de las 7pm, cuando el cielo se iluminó de repente. La gente salió a los patios o a las calles y empezó a llorar y pedir perdón a Dios con las manos en la cabeza. Decían que el fin del mundo había llegado. Mientras tanto, en el firmamento una muy visible bola de candela (como la llamó la gente) pasaba velozmente desde oriente hacia occidente. Quienes la observaron dijeron que era como una gran bola de fuego y que soltaba chispas.
Su gran claridad duró como un minuto. Luego todo quedó muy oscuro, en silencio y la gente todavía llorosa y asustada. Días después se explicó que se trató de una bola de fuego enviada por Dios para confirmar que quemaría el mundo en 1975. Y que por esta vez la había dirigido hacia el mar, donde cayó produciendo gran mortandad de animales marinos y un fuerte estruendo. Ante la intensidad de los rumores, muchos hasta  afirmaron haber escuchado luego como una especie de trueno lejano.

F  El Manos Pegadas: En 1957, cuando Rojas Pinilla salió del poder, apareció en Guaimaral aquel tipo tan enigmático como su procedencia. Aparentaba unos treinta y cinco años de edad, estatura alta, delgado, color moreno, rostro indescifrable, mirada aguda y lo particular: sus brazos doblados en los codos estaban pegados a su pecho quedándole las manos, ligeramente empuñadas, también pegadas al cuello, de manera que para girar la cabeza tenía que girar el tronco. Ese hecho le daba al personaje un aspecto tétrico, horripilante, tal que generaba temor y, por tanto, la gente rehusaba a su presencia. Los muchachos, en particular, huían cuando notaban su cercanía. Con su voz frágil musitaba que le dieran una limosna para seguir sobreviviendo. Algunos le depositaban una monedita en un talego de lona que terciaba en su hombro. El lío era cuando pedía comida, pues solicitaba que se la dieran en la boca y nadie se atrevió a hacerlo. Entonces se la colocaban sobre una tabla y aquel ser se inclinaba y comía como animal extraño.
Tal vez tres o cuatro semanas permaneció el sujeto en el pueblo. Ya que desapareció por los playones sin dejar rastro, el mismo día que el Cachaco Ramírez (el vendedor de medicinas) llegó en correduría y contó que al tipo se le habían pegado las manos por pegarle a la  mamá y que sus propios hermanos andaban por los lados de la carretera, buscándolo para castigarlo. Inclusive, manifestó el Cachaco, que aquellos ofrecían una recompensa a quien lo capturara o informara de su paradero.
El rumor nunca se confirmó, pero cuando doña Blasina Cadena Rangel le preguntó al sujeto cómo se llamaba y las causas de su problema, el tipo guardó silencio. Cuando le contó acerca del rumor difundido, salió apresurado hacia los playones, dizque a hacer una necesidad y desapareció por entre el pastizal.
Para mas misterio, una rara tormenta, con truenos y fuerte brisa, se desató aquel día hacia el sector donde el tipo cogió. No se volvió a saber nada de él, la gente se tranquilizó, sobre todo los muchachos, quienes le habían cogido pavor. Desde luego, por mucho tiempo, los playones mantuvieron libres de pelaos.  

F  La Carrera de Niñas en Conquistadores: La ocurrencia fue de la Seño Francia Linares; el motivo, celebrar el día de la raza. Los preparativos empezaron como un mes antes. Todas las alumnas tenían que participar; el uniforme, lo más parecido al de los conquistadores, corría por cuenta de los respectivos padres. En una reunión la profesora informó los nombres de las alumnas de los dos únicos equipo: el amarillo y azul y el verde y rojo. Las costureras del pueblo hicieron dichos bombachos a tiempo. Y aquel 12 de octubre, a las siete de la mañana, las cuarenta alumnas estaban en el tramo de calle frente a la iglesia al lado oriental, la cual había sido adornada con cadenetas y avisperos previamente. Dos líneas de salida estaban demarcadas con cal, una a cada lado de la línea de llegada, trazada en el centro a igual distancia de las anteriores (como a 50 metros). A un lado se hicieron las amarillo y azul y al otro las verde y rojo. Ambas ansiosas y atentas a las ordenes de los vecinos que hacían de jueces de partida, también ataviados para el caso; de manera que ciertamente parecía estar ante Quesada y sus soldados, pues los bombachos y los corpiños que lucían eran iguales.
En la línea de meta estaba la profesora quien mediante izar una bandera autorizaba la partida simultánea de las dos competidoras de turno, una de cada bando; las cuales habían sido designadas previamente según las tallas, de manera que no hubiera ventaja. Los jueces de llegada mediante izar la bandera respectiva declaraban una ganadora o un empate. Los padres de familia hicieron calle de honor durante todas las competencias y aplaudías o animaban a sus pupilas. Así concluyó el evento. Todo salió muy bonito, salvo que algunas niñas, talvez por el atuendo o por falta de costumbre en correr, se cayeron en plena carrera. Los jueces analizaron los resultados y declararon empate. Sin embargo, al día siguiente empezaron las puyas y las indirectas; tanto que hubo alegatos, acusaciones de trampa, de parcialidad e insultos entre las madres en las calles y sobre todo en el aljibe. Eso que el evento fue para celebrar el día en que las razas se mezclaron, por lo menos era lo que enseñaba la profesora.
Acotación: Según comprobé en el archivo oficial de la época, el inspector tuvo que colocar a media docena de señoras y a algunos señores fianzas de cincuenta centavos, las cuales, por lo elevadas, persuadieron a los conflictivos. 

F  La Visita de los Misioneros: Desde un mes antes la gente empezó a arreglar el pueblo para la visita de los misioneros. Se dividieron en grupos de trabajo. Unos limpiaban las calles, el cementerio y lotes baldíos de yerbas o basuras. Otros pintaban las casas, arreglaban el frente y los trascorrales.
Pero el mayor esmero se ponía en el embellecimiento de la iglesia, la escuela que serviría de dormitorio a los visitantes y el camino por donde llegarían. Los tres últimos días previos los dedicaron a colocar los arcos de palma de vino que empezaban en La Ceja, formando una especie de túnel que terminaba en la puerta de la iglesia, el cual se hacía más tupido a medida que se acercaba a su llegada. Burros, vacas, puercos y personas no podían pasar por entre el túnel, cosa que vigilaba un grupo de señoras.
Los pelaos y más de un adulto, preguntaban quienes eran los misioneros, pero nadie respondía. Hasta que un día miércoles, a eso de las 9a.m. el pueblo quedó desocupado porque todos se concentraron en La Ceja, donde le dieron sonoro y sostenido aplauso a dos señores y un jovencito que hacía de asistente. Cada uno montaba un parsimonioso burro debidamente aperado. Luego del aplauso entraron al túnel y detrás un coro de damas jóvenes ataviadas para la ocasión los siguió cantando una especie de himno muy solemne. El resto de la multitud acompañaba detrás, por fuera del túnel, en riguroso orden y silencio a modo de procesión. Luego en la entrada de la iglesia, varios señores se acercaron, colocaron taburetes y sostuvieron hasta que los dos señores se apearan de los burros, haciéndolo con mucho cuidado.
Ya de pie, se observó su gran similitud física, su cano cabello corto, su tez blanca. Lucían sotana blanca, sandalias de cuero, sombrero de corcho, dorado anillo de roja piedra en el anular de su mano derecha y prominente crucifijo colgado en su pecho. Con su pausado caminar, como de setentones, se subieron al pretil de la iglesia, sonrientes levantaron las manos, saludaron a la multitud y con voz suave dieron las gracias por el acogedor recibimiento e informaron que eran peregrinos de la iglesia católica.
Aquella noche presidieron el rosario y recalcaron sobre el rezo de las letanías como cierre. El día jueves recibieron confesiones  toda la mañana; por la tarde se reunieron con los organizadores del recibimiento en la escuela. El viernes atendieron visitas de oleos y confirmaciones en la mañana y en la tarde le hablaron a las dieciocho parejas, reunidas en la iglesia, que aprovecharían para casarse. El sábado en la mañana oficiaron misa y bautizaron; en la tarde confirmaron. El domingo en la mañana oficiaron misa y atendieron el matrimonio colectivo, al medio día asistieron al banquete de boda colectivo que se ofreció en la escuela. El lunes todo el día recibieron visitas de los vecinos en la escuela. El martes salieron a recorrer el pueblo y a atender invitaciones de vecinos. El miércoles en la mañana se reunieron de nuevo con los organizadores; en la tarde, dando la mano, se despidieron del pueblo reunido en la plaza; en la noche presidieron el rosario y se despidieron de los grupos de la iglesia. El jueves, a las cinco de la mañana, partieron montados en sus burros hacia Guamal, acompañados por una comitiva del pueblo. 
Así concluyó aquel notable acontecimiento de Guaimaral que como hecho destacable, propició  el sacramento matrimonial en colectivo a doce parejas, donde la más joven pasaba de los treinta y cinco años, al menos hacía diez años vivían juntos y tenían más de cinco hijos.
Del notable suceso se acota lo siguiente: Seis de las dieciocho parejas iniciales a casarse desistieron y no se recuerda sus nombres. Nadie recuerda el nombre de los dos setentones visitantes. La gente recogió y guardó por mucho tiempo las palmas de los arcos como reliquia.

F  La Desaparición de la Santa Cruz: Se cuenta que desde sus inicios el pueblo eligió a la Virgen María como Santa Patrona. Pero dicen que pasado el tiempo, el clero se molestó porque la gente, en las celebraciones, los ocho de diciembre, se refería mucho a La Purilimpia, una imagen de la virgen que tiempo atrás se le había aparecido a un vecino. Eso llevó a que el clero cambiara a la Virgen por la Santa Cruz  como nueva patrona del pueblo.
Para eso se hizo una gran celebración un tres de mayo y se erigió un vistoso y metálico monumento a la Santa Cruz, en la plaza del pueblo, frente a la iglesia.
Todos los 3 de mayo se hacía la fiesta a la Santa Cruz, pero el pueblo siguió celebrando también el día de la virgen con gran fervor. Hasta que poco a poco, por pura fe, se volvió  al patronato inicial y la Santa Cruz perdió protagonismo.

Todo parecía normal; pero pasó que en 1958, una mañana el monumento de la Santa Cruz no amaneció en su pedestal. Desapareció de manera misteriosa, ya que, no obstante sus dos metros de alto por uno veinte de ancho y su gran peso, jamás se volvió a saber de su paradero. Allí, ya en el 2006, todavía se observa el pedestal de dicho monumento, con un tronquito de la gruesa varilla soporte, cortada de manera perfecta. Eso, como testigo mudo de un desafortunado hecho, en la vida de Guaimaral.
Acotación: Obra de Satanás: manifestaron los vecinos muy asustados, reunidos en la plaza, aquella mañana de la desaparición.

F  La Purilimpia: Se trata de un caso de aparición de la virgen a un vecino de Guaimaral, ocurrido en el siglo XIX. Por su extensión no se describe aquí, pero puede verse el libro La Purilimpia, también de mi autoría.

F  Incendios de Viviendas: En el pasado ocurrían a menudo incendios en los pueblos. En Guaimaral se recuerdan dos casos muy lamentados en su época.
Uno fue el incendio de la casa donde vivía don Emiliano Pacheco, su señora Cándida Soto y sus hijas. Allí está en la actualidad la casa de doña Silvia García Navarro. El hecho ocurrió en 1953, en horas de la madrugada. Cuentan que la gente corrió con el agua de sus tinajas y luego cargó desde el Aljibe, hasta que el fuego se apagó, alcanzándose a quemar la mitad del techo. Se recuerda que tan pronto como se apagó el fuego, de repente un fuerte aguacero empezó a caer. Llovió el resto de la noche y la casa amaneció inundada.
Otro caso fue el incendio de la vivienda de don Clemente Flórez, ubicada en la parte de arriba, sector de la grama. Allí si se quemó todo no obstante la cercanía de la ciénaga. Porque el pueblo, incluyendo los afectados, estaban entretenidos presenciando la lectura del testamento de Año Viejo, en 1956, frente a la casa de don Ladislao Muñoz, en la parte central del pueblo. Cuando el holgorio mermó un poco, alguien observó la claridad y el humo. Enseguida alarmó a todos y corrieron hacia el sitio, pero cuando llegaron, ya todo estaba en cenizas. Pocos días después el vecindario ayudó a construir  una nueva vivienda al afectado en el mismo sitio. Además, varios condolidos donaron taburetes, mesas, ollas, ropa y otros a  don Clemente y su familia.

F  La Muerte de Matías: Como a las siete de la mañana se vio pasar a Matías, con su flecha y su arco de macana, hacia Guaguaco, a donde iba a menudo a flechar algún pez para comer con su mujer: la negra Ana Rosa. Esta, a pesar de su solladez, le había insistido que no fuera a pescar aquel día, porque durante la noche lo había tenido que recuperar dos veces del ataque de epilepsia que sufría. El hombre no hizo caso, diciendo que no se tardaría porque cuando el sol subía un poco los peces empezaban a “aguajear” facilitando su pesca y que por eso antes del medio día estaría en casa.
A las doce Ana Rosa empezó a alarmar a los vecinos, a la una lloraba en la calle pidiendo que la acompañaran a buscar a Matías, pues creía que por su demora algo malo le había pasado. A las dos, un numeroso grupo de vecinos salió rumbo a Guaguaco a buscar a Matías. Mal presagio les causó haber encontrado sobre un tronco la ropa del perdido, quien por más que lo buscaron en tierra y lo llamaron no se obtuvo ninguna respuesta suya. Para colmo, se rumoraba la existencia de cierto caimán que se mantenía por el sector. La angustia aumentó cuando al rato el grupo que buscaba para el lado de Las Flores encontró la flecha de Matías flotando a la deriva. Naturalmente, hacia aquel sitio se intensificó la búsqueda bajo el agua, pues todo indicaba que Matías debía estar ahogado por allí.  En efecto, a eso de las cuatro de la tarde, Charía salió espantado gritando que se había tropezado con algo raro bajo el agua, en la sombra de un frondoso Pimiento, como a un metro de profundidad. La gente buscó en el sitio y efectivamente allí estaba el cadáver de Matías, teso como una estatua, con las piernas recogidas, los brazos doblados por los codos con las manos hacia delante y su ceño fruncido, tal como se colocaba cuando le daban sus frecuentes ataques de epilepsia. En una palanca llevaron el cuerpo de Matías hasta su casa, El doctor Ponce lo examinó, confirmó la causa del fallecimiento, pues no había tragado agua y tuvo que cortar los tendones de sus articulaciones para poderlo acomodar en el cajón.
Todo antes que se despertara Ana Rosa, quien se había privado del pesar; también antes que llegaran desde la montaña doña Emilia Moreno e Irene Ramos, sus padres.

F  El Vil Asesinato de dos Hijos del Pueblo: Fue el caso de don Crispiniano Blanco Rangel y su señora Jacinta Aconcha, asesinados en su propia finca llamada “La Batalla”, a unos 30Km del pueblo por el camino hacia la montaña. Ocurrió que la pareja había vendido un importante lote de ganado a ciertos individuos que llegaron al territorio comprando ganado. El negocio se realizó, los tipos pagaron la gruesa suma en efectivo a la pareja y se llevaron el ganado. A los pocos días, a sabiendas de la soledad en que permanecía la pareja ciertos días en que el personal salía y sus hijos tampoco estaban, escondidos, llegaron a la finca y los asesinaron en forma inmisericorde. Luego esculcaron todo buscando el dinero, el cual no encontraron y se marcharon muy furiosos. Eso atestiguó don Pedro, el anciano cuidandero de la finca, quien escapó a la matanza, merced a que los tipos, sabiendo de su presencia permanente en la finca, no lo encontraron  entre los matorrales donde se escondió, desde donde observó los hechos, hasta que pudo salir a avisar.
Tiempo más tarde, las autoridades capturaron a los acusados, quienes negaron todo argumentando aparentes cuartadas. Pero ante las evidencias y el testimonio de don Pedro, tuvieron que confesar.
Cuentan que luego del entierro, don Pedro reunió a los hijos de la pareja en la finca, todavía en edad adolescente y también a allegados de la familia, los llevó a un abandonado escusado y les indicó que, el día siguiente de la venta, doña Jacinta le dijo que allí había guardado el dinero. Los muchachos buscaron y efectivamente hallaron la gruesa suma.
Aunque los insensatos tipos fueron condenados a pagar condenas, nada pudo suplir la falta de la trabajadora pareja en la comunidad de Guaimaral y menos la falta a los cinco hijos que quedaron huérfanos del amor maternal y fraternal.
Acotación: Aunque el tiempo ha pasado, el pueblo sigue recordando a sus dos sacrificados hijos.

Tomado del Libro: GÉNESIS DE GUAIMARAL
Unidad  V: CURIOSIDADES.
Autor: URIEL VILLALOBOS CADENA.

05 LA ENFERMERA SIN
 ROSTRO
 DE EL CENTRO
Unos dicen que Nancy llegó de Cali Col, otros que de Texas USA, pocos días después de inaugurado el hospital de El Centro y desde aquel día se dedicó a aliviar el dolor de los pacientes. No importaba que fuera dolor de quemadura, de fractura, de apendicitis, de carbunco o de parto, este siempre cedía el paso a una sonrisa al ver tanta dulzura convertida en enfermera. Ni siquiera los neonatos tenían que llorar con las inyecciones de tan suaves manos.

Ella misma afirmaba que la providencia siempre la guiaba hacia el sitio donde urgía su presencia, por eso podía ser tan oportuna. Nancy muchas veces se bajaba del vehículo en las carreteras frente a una vivienda para pedir agua o con cualquier otro pretexto  y justo allí una parturienta, un cortado, un fracturado o alguien requería urgentemente su atención. En fin, por aquel entonces, en el hospital de El Centro y en las veredas aledañas, los enfermos conocieron la dulzura  de la enfermera Nancy  y su cariño de amiga para tratar a pacientes y dolientes.

Sin embargo,  un día la fatalidad apareció para interrumpir aquella vida de lucha contra el dolor, apenas a los veintitrés años de edad, cuando, por culpa de un conductor embriagado que la arrolló, la joven enfermera quedó como víctima fatal en un lado de la carretera entre el campamento donde vivía y el hospital.

Aquel día de nubes negras para  El Centro y de llanto para sus habitantes, Nancy cambió su papel de apaciguadora del dolor  por el de su víctima.  Con mucha tristeza,  quienes la vieron allí destrozada y amontonada en una cuneta de la carretera, informaron que su agraciado rostro quedó totalmente desfigurado al impactar contra el duro recebo. Dicen que sólo pudo emitir un desgarrador ¡aaai mi maaadre..! con el que entregó su vida y expulsó de su cuerpo mucho mas dolor que el mitigado a sus pacientes.

Pero, al parecer, allí había terminado apenas la primera etapa de la misión de Nancy contra el dolor en este mundo, porque después de tan absurdo accidente, de día o de noche, en el  hospital  empezó a observarse la presencia de una agraciada enfermera, también con su impecable vestido blanco, su toca en la cabeza, su dispensario en las manos, caminando apresurada por los pasillos y entrando a las piezas de los enfermos. En ocasiones hasta los atiende y charla con ellos.

Cuentan los conductores de Ecopetrol que transitan las carreteras de El Centro, que bajo el ardiente sol o bajo la torrencial lluvia, encuentran a aquella enfermera, con su paraguas abierto, al lado de la vía, pidiendo cola como Nancy lo hacia en vida. Cuando el vehículo se detiene, se acerca, saluda y pregunta si la pueden acercar al hospital o a alguna vereda. Después de la aceptación del conductor, abre la puerta y toma asiento en la cabina calladamente. El personal en el hospital escucha su voz en el parqueadero despidiéndose del conductor. Luego se la ve caminando debajo del bosque de bambúes que rodea el entorno, recorre los jardines exteriores, llega hasta la puerta de personal y se dirige al vestíbulo.

En otras ocasiones, hace señas a los conductores de la empresa que salen del pueblo, ruega que la acerquen a la entrada de tal o cual vereda. Allá, en las veredas, los campesinos la ven acercarse a sus viviendas, con el botiquín en las manos, saluda y pregunta: ¿cómo se encuentra el enfermo? Luego de escuchar las respuestas, pide permiso para pasar a atender el paciente. Cuentan que les aplica inyecciones, les cura las heridas y realiza cualquier actividad competente a la misión de una enfermera; hasta hace las recomendaciones del caso antes de despedirse. Al marcharse no permite que nadie la acompañe, se la ve retirarse lentamente por el camino y tras algún recodo desaparece misteriosamente. Por su parte, explican los enfermos que, luego de recibir sus aliviantes atenciones, la ven ausentarse levitando a poca altura del suelo; dicen observarla alejándose, después de cierta distancia su figura se va tornando transparente hasta desaparecer como si se ocultara en el aire lentamente. Sólo que ninguno ha podido describir su rostro, porque cuando se le mira fijamente la cara no más se observa una especie de sombra traslúcida, desforme e indefinible.

Otra versión cuenta que Nancy dominaba perfectamente el español y el inglés, era muy bella, amigable y servicial; por eso un día cuando regresaba del hospital a los campamentos, en el trayecto que solía recorrer a pie, un malvado conductor de taxi la recogió con el pretexto de que fuera a atender un herido en una vereda; pero ya solos la violó, la asesinó, le quemó el rostro para que no la reconocieran, la enterró donde no se encontrara su cadáver y desapareció de la región. Eso porque  se le aparece y asusta preferiblemente a los conductores.

Eso sí, para todos los que ha atendido, sea criolla o extranjera, la misteriosa enfermera de El Centro es la servicial Nancy continuando su misión contra el dolor en este mundo; ahora mandada desde el hospital principal del cielo, porque irradia la misma dulzura a los pacientes, es tan oportuna como eficaz y, sobre todo, porque, al mirarla fijamente a la cara, no se le ve rostro.
Reflexión: La dulzura  alivia siempre cualquier dolor

Tomado del Libro: TRADICIÓN ORAL DE BARRANCABERMEJA
Autor: URIEL VILLALOBOS CADENA


08 LOS FUNERALES
 LOCALES
La funeraria tenía un nombre romántico muy apropiado a su sacramental servicio, pero nadie lo recuerda ya que se la conocía como “la funeraria del rolo.” Estaba localizada en la acera derecha de la actual calle 48 con carrera 5. Allí, en un amplio patio retozaban los dos pares de corceles (un par blanco y otro par negro), cual dos copos de nieve o dos azabaches iguales. El cliente podía pedir según su gusto si los negros o los blancos tiraban la hermosa carroza donde se transportaba el féretro. Eso sí, el conductor siempre lucía impecable traje de paño gris oscuro y sombrero de copa alta a la usanza de los caballeros medievales. El recorrido del cortejo se hacía lentamente y en estricto orden. Dolientes y acompañantes caminaban detrás de la carroza como en procesión guardando riguroso luto y así, en el más profundo pesar y religiosidad, transcurría todo.

Obviamente, eso era cuando el muerto pertenecía a la “alta sociedad.” En cambio, cuando moría algún pobre, el acto tenía características acordes a su statu quo, a su categoría de zarrapastroso. En tal caso el ataúd consistía en cuatro tablas rústicas tapadas en sus extremos donado por el municipio. Era el loco Abelardo quien recogía el cajón en una destartalada carreta de dos ruedas que él mismo arrastraba caminando o corriendo por los pedregosos callejones del villorrio. Detrás de la carreta marchaba una numerosa y desordenada turba, donde familiares y conocidos se abrazaban unos con otros dando gritos. Entre más desmayos ocurrieran en el trayecto y en media legua (apodo del cementerio) “más bonito” era el funeral. A ello contribuían las famosas plañideras que siempre acompañaban el acto para disfrutar gratis el tinto, las calillas  y demás beneficios que se ofrecían en los velorios. Aunque, a decir verdad, no era tan gratis, porque las plañideras pagaban sobradamente los beneficios recibidos con sus  melancólicos rezos y espeluznante llanto. De ese modo, el funeral se transformaba en un tétrico rito donde la aflicción por la partida del difunto hacía desmayar a los familiares y llorar a los amigos. Las plañideras infundían tanta tristeza al velorio y al entierro que en el vecindario, cuando ellas realizaban sus tétricas lamentaciones, las gallinas cacareaban espantadas y los perros aullaban a pleno sol caliente. Lo mismo ocurría en las casas de la calle por donde el loco Abelardo decidía arrastrar la carreta con el cajón. Aquella melancolía se intensificaba durante el recorrido cuatro o cinco veces, justo cuando el loco paraba debajo de algún árbol para mear, para descansar, para pedir agua en alguna casa vecina o para rajar del muerto con alguien que encontrara en el camino. Porque eso sí,  Abelardo a todo el que encontrara en el recorrido le contaba que el difunto era un pobre diablo; que había muerto anoche en el barrio (prostíbulos), de muerte natural con apenas veinte puñaladas en la espalda; que era un borrachín o una chismosa mala paga; que incluso a él le había quedado debiendo plata; que era la oveja negra de la familia; que por eso ya Satanás lo estaba halando por las patas; pero que por ahí los hipócritas afirmaban que en vida el muérgano o muérgana había sido una santa paloma.

Naturalmente, nadie se atrevió jamás a protestarle a Abelardo por sus indolentes expresiones y actitud acerca del fallecido, pues se sabía que si se le ofuscaba su cordura se deprimía y se transformaba en un típico desquiciado, grosero y violento.

A propósito, se sabe que tal fue la única razón por la que “el rolo” contrató a Abelardo. Según afirmaba, después de observar a muchos candidatos lo eligió porque el tipo tenía el perfil ideal para tan patético trabajo. Explicaba el comerciante  que cuando Abelardo levantaba el cajón, lo tiraba en la carreta e iniciaba el recorrido, nadie estorbaba ni chistaba, pues por su impredecible temperamento ninguno se atrevía siquiera a discutir la ruta, la velocidad y las paradas del cortejo. Así el funeral transcurría rápido, sin dolientes tirándose sobre el cajón y ningún otro problema parecido. O como el mismo Abelardo decía cuando tiraba el cajón en la carreta: “tanta hipocresía y aspaviento con otro quintal de garra para los gusanos.”
Comentario: La muerte es la muerte y no reconoce privilegios.

Tomado del Libro: TRADICIÓN ORAL DE BARRANCABERMEJA

Autor: URIEL VILLALOBOS CADENA