El pollo de las animas (Mito)

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El caso ocurrió en Cantalet, un pueblito que queda en todas partes y que debe su nombre a la prohibición de decir allí dicha palabra con “a” al final, pues quien la dijera, inmediatamente lo mandaban a buscar un burro. 

Pasó en casa de doña Tretania, donde su gallina más criandera, varios días después de estar calentando en su nido los veinticinco criollos que normalmente le echaba su dueña, rechazó uno de ellos y lo  sacó hasta el medio del patio. Por mas que doña Treta insistió metiendo el huevo a su gallina, en el nido, la jabada siempre lo rechazó. La mujer insistió infructuosamente también metiendo el huevo en el nido de la pintada, la negra, la rizada, la enana, la columba, la blanca, las pavas, las palomas y las patas cluecas, no solamente propias, sino  de sus vecinas.

Después de tanto rechazo doña Treta alumbró el huevo en el rayo de sol observando en su corona el puntico negro indicador de la existencia allí de un futuro polluelo. Así que, ni modo, aquel era un caso perdido porque el criollo ya no servía para el caldero de aceite. Pero obstinada la vieja, antes de votar el empollado huevo, lo colocó en el rincón de su cuarto donde alumbraba los santos, le prendió un cabo de vela para mantenerle calor, rezó tres responsos y le ofreció el caso a las ánimas.

Y vaya sorpresa, porque aquella misma madrugada  antes de acabarse el cabo de vela, un rechauchío pollito salido ya del cascarón, despertó a doña Tretania, quien no acababa de comprender el hecho.

De cualquier manera, aquel prematuro polluelo, después de escapar varias veces de las garras de los Caos, de los dientes de las Chuchas, de la boca de una Puerca Pollera y de sortear los picotazos de las demás aves de la casa, se convirtió en un hermoso colorado muy cantador, por el cual el viajero que siempre llegaba al pueblo ni siquiera discutió el precio.

La vendedora, desconociendo la promesa hecha, recibió la paga y se la gastó en calillas y cachetes; para las ánimas no compró ni una vela. Así terminó todo entre doña Treta y el colorado, mas no entre aquella y las penarenses dueñas de, por lo menos, la mitad del robusto cantador. Porque el caso fue que, después del negocio, la suerte de la vieja empezó a decaer y sus finanzas pronto se agotaron. Inexplicablemente la abundante cría que siempre mantenía se le apestó, sin poder volver a levantarla por mas que lo intentó. A los cosecheros frutales de su huerto casero también cayó el  comején. Para colmo, incendios producidos por rayos destruyeron su casa dos veces, teniendo la pobre que empezar a vivir arrimada en el vecindario. Después, cargando su miseria, se fue de pueblo en pueblo, pasando mucho tiempo pidiendo en las casas un pedazo de yuca cocida para mitigar el hambre; hasta que en el camino de un pueblo a otro, un día unos labriegos se percataron de su esqueleto no mas, porque del cuerpo los gallinazos ya habían dado buena cuenta.

Considerando que doña Tretania nunca pagaba lo que fiaba, no echaba monedas en la bandeja de la iglesia sino que sacaba, sabiendo la historia del colorado, a Juan Pueblo, no le quedó duda que las ánimas en penas le cobraron bien caro  a la vieja la parte del pollo que le dieron a cuidar y que ésta tampoco quiso pagar en forma oportuna y voluntaria.



Unknown

Autor, Economista, Catedrático, Asesor Académico e Historiografo

1 comentario:

  1. Vaya Que buena reflexcion loque pasa esque avemos personas Que piensan Que en el pulgatorio las animas Que estam alla no merecen respeto eso es un tremendo error q la gente comete todos nosotros los seres humanos tenemos Que ir alla asi Que por favor las promesas se pagan asi sea con nuestra propia vida

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