Barrancabermeja: La Leyenda de Chapapote

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CHAPAPOTE

Fiel a su raza y a su territorio, Pipatón, luego de ser desjarretados por los españoles y abandonado solo en la selva a merced de las fieras y los insectos venenosos, siguió pensando en alguna forma para  expulsar a los demonios vomita fuego de su plaza sagrada (Latocca) y liberar a su gente de las bestias mitad hombre y mitad Danta.

Los espíritus Yariguies, viendo que la fuerza de su valiente guerrero se agotaba a medida que se desangraba sin poderse mover del tronco donde lo dejaron amarrado, acudieron en su ayuda y cerca a su cuerpo hicieron brotar de la tierra, con gran fuerza y abundancia, una sustancia aceitosa, espesa y del color verduzco oscuro como la noche, la cual embadurnó a Pipatón.  Aquella misteriosa sustancia era la sangre purificada de sus antepasados, por eso le sanó los jarretes, le dio fuerza, lo hizo invisible en la oscuridad y entre los matorrales.

se había multiplicado profusamente, en el primer asalto recibido, los demonios blancos le reventaron el cuerpo a más de la mitad de los varones, tanto adultos como menores, lo mismo que a la mayoría de las mujeres fértiles. Caalox entonces organizó a los pocos sobrevivientes y continuó la guerra contra  el poderoso enemigo. Aún con tan pocas fuerza, como preparó hasta a las mujeres para luchar, le dio dura batalla al cruel enemigo blanco, asaltándolo en los caminos, en el río, en los poblados o en las explotaciones, logrando por mucho tiempo hacerle respetar su territorio. Pero el enemigo cada vez traía más fuerzas de la cordillera, de la orilla del mar y de otros mundos lejanos, quienes con armas poderosas fueron mermando las fuerzas del audaz jefe. Este entonces en vano empezó hasta  a cautivar mujeres al enemigo para ofrecerlas a sus pocos hombres, buscando que parieran descendencia necesaria a la resistencia. Pero, como el enemigo siempre ensañaba su crueldad hacia los varones, con el tiempo logró eliminar a todos los hombres de la tribu.

Sin estar dispuesto a rendirse, el indómito nativo prefirió volver a esconderse en la gran selva  con sus mujeres de raza. Entonces acordó con aquellas empezar a eliminar todos los descendientes hombres  que  parían;  así creían que el enemigo no

sangre en el cuerpo y apenas alcanzó a entregarle al joven descendiente la Macana de Cacique y le ordenó que  reuniera a las mujeres y a los demás muchachos desperdigados y se fueran hacia donde el gran monte tapa el sol todo el tiempo.
--Sólo allí la gran selva los protegerá de los demonios blancos--, fue lo último que en su lengua balbució el viejo aborigen antes que los espíritus le blanquearan sus ojos.  Caalox entonces se subió a un gran árbol y desde allí aguaitó a sus desperdigados compañeros hasta que con señas los pudo reunir a todos; después les anunció las órdenes del difunto anciano Calale y emprendieron el viaje hacia la alta selva.

Pasadas varias jornadas de camino, entraron a la penumbra de la gran Selva del Carare; donde las serpientes, alacranes, arañas e insectos retozantes bajo la gruesa y esponjosa hojarasca que cubría el suelo, les aseguraban que ningún blanco se atrevería a pisar por allí. Así mismo, el gran follaje y la lluvia continua los protegía de los ojos largos con que desde la cordillera miraban los mandones y las mortales brazas vomitadas por las armas relampagueantes del enemigo no podían perforar sus cuerpos porque chocaban primero en los gruesos tallos.
Pero años después hasta allí llegó también la persecución enemiga. A la tribu de Caalox,  que  ya
Sano y fortalecido, Pipatón pudo acercarse nuevamente a Latocca, reunió a los pocos Yariguies que estaban desperdigados en el monte y les  contó que los dioses había mandado a que todos se untaran Chapapote (como debían llamar su sangre purificada), porque ella los ungiría con sus poderes, haciéndolos fuertes e indómitos, para que lucharan y no permitieran a ningún poder adueñarse de él en su propio beneficio. Porque de lo contrario los dioses entrarían en furia, mandarían grandes conflictos al pueblo, se corromperían las aguas, se secarían las plantas, se podrirían los animales generando pestilencia, se enfermarían los suelos cubriendo los lechos y hasta Chapapote dejaría de emanar.

Y lo peor, según los dioses, la desgracia no cesaría hasta cuando se volviese a acatar su voluntad, porque por encima de la memoria de los hombres, Chapapote debía seguir manando y sirviendo a todos  y de no ser así su furia se haría sentir –le concluyó Pipatón a su gente.
Entonces, desde el más niño hasta el más anciano de los Yariguies del territorio se embadurnó con Chapapote. Así se sintieron fortalecidos. Los demonios invasores no podían agarrarlos ni amarrarlos por lo resbaladizos y los perdían fácilmente en la oscuridad o entre los matorrales. Pipatón los volvió a organizar y empezaron a defender sus tierras con tal bravura que los españoles, quienes ya los consideraban derrotados a todos y muerto a Pipatón, viéndolos salir a combatirlos sorpresivamente de entre la maleza, casi siempre propinándoles derrota, se atemorizaron tanto que atribuyeron el hecho a cosa maligna, llamando Estiércol de Satanás al petróleo y le tuvieron mucho asco y pavor.
Tal reza la Leyenda de Chapapote, por eso el uso mezquino del petróleo de la tierra Yariguies, siempre acarreará la furia de sus antepasados, quienes castigarán a sus trasgresores.

Con razón la gente de Pipatón, Carare y  Opón prefirieron derramar su sangre en la selva, a mano de mosquetero, tagüeros, madereros y demás invasores, antes que someterse a dominios extraños.


Unknown

Autor, Economista, Catedrático, Asesor Académico e Historiografo

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